23 abril 2009

Tunic (o las desventuras del joven trovador)

Euch reizt die Frucht, die reif zur Erde Fällt, 
Doch glaub es mir, nicht alles reift für euch.
F. Hölderlin

Ser trovador es mucho más que tocar la flauta o hablar de las cruzadas. Él era trovador, pre-reencarnación de Paul McCarthney, según había dicho una pitonisa. Había salido la carta del ahorcado, y la de la torre, juntas, y la pitonisa dijo, mira, un ahorcado en la torre, tú te llamas Lennon y vienes de la Britannia. Pero no era cierto. En la Toscana abundaba la niebla por la mañana y se construían carreteras que no llevaban a ninguna parte. El trovador tocaba la flauta sobre su burro, cojo por la gracia de Dios y a falta de otras hipótesis. Y carecer de amor no era un estigma, pues entonces uno carecía de casi todo, menos de brazos. El día era para las mujeres y la noche para los hombres. En el crepúsculo se hacía el amor y al amanecer nacían los hijos. Mientras tanto el rey comía uvas en su catedral. Los caballeros con sus símbolos heráldicos se quitaban el yelmo y tenían cara de actores de cómic. Bebían dos veces más cerveza que los campesinos y también vivían de noche. Como no había farolas casi todos eran albinos y tenían visión nocturna. A veces había guerras y los soldados se echaban en suertes sus espadas, luego el trovador cantaba matanzas y añadía la sangre. Los acuerdos diplomáticos se firmaban por teléfono pero para engañar a los espías se enviaban palomas mensajeras. En la estación espacial internacional del multi reino de Italia los científicos investigaban cómo curar la plaga de peste de 1347, o la respuesta del hierro forjado en condiciones de ingravidez. Los mongoles enviaban e-mails amenazantes a la corte de la Repúbblica di Venezia y aseguraban tener narices grandes como los toros. No existían conceptos como el paro o la inflación, todo el mundo trabajaba en las artes esotéricas, principalmente, y a veces en mecánica cuántica, aunque lo habitual era ser campesino o doctor en cábala. 
El trovador sonaba su flauta marchando por la aldea. Era de día y sólo había mujeres. En su memoria tenía almacenada la historia de la humanidad, la guerra de Troya o bien las azañas de Alejandro Magno por Babilonia. 
Así fue como se sentó en la plaza mayor, bajo unas placas solares y entre dos Fiat modelo Lancelot (tracción de cuatro caballos mestizos del reino de arabia, pintura metalizada blanca y crin estilo neo-punk) y empezó a narrar los hechos acaecidos durante la invasión Ostrogoda. A los Ostrogodos les gustaban los pinchos de Merluza y las mujeres depiladas, por eso bajaron hasta Italia, porque tenían ganas de conquistar el secreto de la pizza. Había dejado la flauta y ahora tañía la lira. Aparecieron en los soportales los primeros espectadores tímidos, que removían en sus canastos la ropa sucia y tenían vergüenza de mostrarse al sol. Eran mujeres. 
(Al igual que el poeta escritor tiene más o menos acierto al elegir y combinar las palabras, el poeta oral lo tiene incluso en la forma extrema, que consiste en construir un pasaje a base de fórmulas heredadas).
Fue una de ellas, la más bella y de rasgos orientales, largos brazos de estrecha pasión paralela, quien se acercó al trovador, que vio bloqueada su declamación musicada ante el espasmo de belleza sarracena que se le puso ante los ojos. Desconocía, en efecto, que eran posibles otros ojos más allá de los mediterráneos, y que la piel a veces tenía sabor a chocolate si se iba hacia el sur de la tierra plana. 
Por Jasón, dijo, tras guardar un silencio, tu encantadora boca es un piñón.
La dama, que no podía ruborizarse porque era negra, se blanqueó y jugó con los dedos diciendo hola en latín medieval, casi italiano primigenio, un ciao deforme aprendido en el río.
Cayó el trovador en las redes de un amor sudoroso (o bien hacía mucho calor), el corazón palpitaba y eso le llevó a parafrasear a Bernart de Ventadorn: Cantar no puede valer mucho / si el canto no se mueve dentro del corazón. 
La muchacha se acercó y dejó el canasto en el suelo, se sentó junto al pozo y lanzó piedras a la profundidad, que instantes después respondía con un rumor sordo. 
Ti amo, dijo el trovador, en un momento me has quitado todo y has puesto silencio en los más suaves acentos. Citar a Petrarca estaba de moda, lo hacían incluso en Polonia, donde Gengis Khan había plantado su tienda de campaña. 
Estoy casada, dijo esa mujer preclara.
Pues no veo a tu marido, cantó el trovador en tonalidad de La menor. 
Porque yace en el campo cultivando hasta la noche.
¿Acaso cultiva fresas?, dijo el trovador, que se burlaba de los trabajos solares, que cuando caminaba también bailaba. Que cuando masticaba hacía canciones con las muelas del juicio. (Arrancadas, eso pasará un día, que le serán arrancadas por el herrero y ya no habrá canción ni alegría de los incendios en su boca)
No, cultiva anacardos y estudia para ser caballero en la universitá di Bologna. Ella estaba así, en apertura siciliana defensiva, y el tratado de Lucena no dejaba claro qué hacer con la dama en tales casos, tal vez mover la torre hubiera sido perder el castillo. Pero al trovador le daba igual, su sangre era una especie de vino falerno y su pelo el de Caracalla. Ven conmigo y mi burro a Napoli, donde en nochevieja los ciudadanos se tiran platos a la cabeza. Seremos felices, te prometo un poema por noche y uno por día, te prometo que en noviembre no entraré en letargo, te prometo que cuando sea viejo y no tenga ni lengua ni ojos, aún gritaré tu nombre. 
Qué cosas más bonitas me dices, poeta, dijo ella, en el borde del pozo, embaucada por la sibilante lengua que había aprendido el trovador en Delfos. Pero debes saber, dijo ella, que ya tengo siete hijos, uno de los cuales es cobrador de impuestos.
Entonces no me muestres las piernas de esta manera, en el borde del pozo, que mi corazón enferma y ya no te puede olvidar. 
El trovador dio un paso adelante y dejó atrás el centro de la plaza. La mujer se cubría los pechos. Sonaban tambores a lo lejos. Sitting Bull había muerto en américa, Shakespeare tatarabuelo acababa de nacer sin llanto y en la isla de Pascua había un eclipse de sol. 
Entonces apareció el sacerdote con la cruz en la boca y fue hacia ellos. Dios me ha dicho, dijo, que en la plaza se estaba cometiendo adulterio. 
¿Acaso es adulterio el que un poema penetre por los oídos y construya una casa en la vagina?, dijo el trovador, que tenía rasgos de la generación beat, muy admirada por él en el futuro.  
El sacerdote alcanzó a la muchacha. Sabrás tú, dijo, que un río es fácil de cruzar cuando nace, basta con saltar sobre él, pero dime, ¿cómo lo cruzarías cuando está a punto de desembocar? 
¡Nadaré hasta que mis pies no alcancen el fondo y mi amor será pura fluctuación bajo el signo de las corrientes!, contestó el trovador enamorado. 
Había empezado el combate dialectico entre la palabra de Dios y la palabra de Catulo, en cuya casa los esclavos desfilaron con el culo al aire. 
La chica los miraba alternativamente.
Tú, mujer adúltera, o a punto de serlo, dijo el sacerdote, tendrás que volver a coser las bufandas para el invierno, márchate a casa y espera a tu marido, no mancilles el nombre de esta aldea, pues fue fundada por Scott Fitzgerald en el siglo I y desde entonces nunca nadie murió para ir al infierno.
Tú, mujer hermosa, o a punto de serlo aún más, dijo el trovador, cruza conmigo el Helesponto y por la ruta de la seda fumaremos marihuana mientras me descubres tu pezón violeta. No te haré más hijos, pero sí te prometo que me amarás más de lo que amó Calipso.
¡Pagano!, gritó el sacerdote. En el nombre de Dios y del santo Papa o la virgen concebida sin pecado, impediré este adulterio. 
Y se movió en frenesí geométrico hacia el cuerpo de la muchacha y, tocando su espalda, la empujó hacia el pozo. 
La linda mujer cayó al pozo y su grito tuvo un eco prolongado que aún hoy los turistas escuchan si ponen su oído en las piedras.
¡La has tirado al pozo!, gritó el trovador. No sería la primera vez que un sacerdote evitaba los giros copernicanos. Tu iglesia sólo nos quita la vida (y las monedas), tu iglesia no recuerda que San Agustín estuvo la semana pasada en los prostíbulos de Cartago. 
Corrió hacia el pozo y se asomó a la espesura negra. Amor mío, dijo, pero no hubo respuesta. La mujer había muerto ahogada. El sacerdote reía bonachonamente. Tu amor ya va por el Aqueronte, dijo comiendo una uva que tenía en el bolsillo. 
Un pedazo de llanto cayó en el pozo. Luego el trovador se giró y vio que todos lo miraban desde los soportales. Así crecen los poetas. Ante la pérdida y el dolor. Y con un temblor de más le salieron unas últimas palabras: ¡Muerte, has descolorido el más bello rostro! Los más bellos ojos ahora están apagados. ¡Deshecho has el nudo de las virtudes más ardientes!
Y fue hacia su burro. Lo montó y con una suave melodía de flauta fue marchándose de la aldea, triste, acaso hacia otra aldea con mujeres de pequeños ojos negros, hechos de granito. 
Sólo la fruta madura que cae al suelo nos puede tentar. Pero, escuchadme, dijo Empédocles una vez, no todas las cosas que maduran lo hacen para nosotros.. .



6 comentarios:

  1. oh!víctor, me muero por tus huesos!!no hay tiempo que perder. te espero en 5 minutos en el oscuro laberinto...

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  2. Isaak von Sinklair25 de abril de 2009, 13:54

    El pobre Empedokles dice "die Frucht" y no "die Fricht", palabra que no existe en alemán. Que el fuego celeste sea piadoso contigo, querido Víctor.

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  3. gracias por la corrección, me equivoqué al transcribir.

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  4. Escribes demasiado bien. De ahora en adelante nadie te va a perdonar nada.

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  5. No me gusta el encabezado de tiburón. Es demasiado agresivo, una simulación no-creible (Que no increíble).

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